Juegos de mesa
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No me atraen los juegos de mesa y lo tenía claro en el momento que nos hacían el encargo para desplegarlos. Eso no quiere decir que no los haya jugado, ni tampoco que algunas veces los haya ganado. He escogido color de la ficha, soplado los dados, perdido el turno, ido a cielos y cárceles bidimensionales, he soplado y me han soplado. Me han comido repetidas veces, he sido millonaria y he quebrado. He aprendido a sumar y con más demora he restado, he sido inclemente conquistadora y sin piedad me han desplazado. Pero si me dan a escoger entre un juego con reglas, competencia y guión, el disfrute o la aburrición del mero ocio social, esa opción de no tener ni idea cómo ocupar el tiempo de la reunión, es la que prefiero yo.
Desde el primer renglón de este texto está escrita la clave de nuestro objeto y acción: atracción. Y es que a todxs no nos llama naturalmente la atención lo mismo, ni ante un estímulo determinado tenemos la misma reacción. Y como entre toda pareja de opositores, polos o contrarios, hay un espectro en el que caben múltiples (si no infinitas) posibilidades que llenan el (para algunxs adultos) terrorífico espacio de una hoja en blanco, de un silencio sepulcral o del vacío desde el tracto digestivo hasta la panza, ante la pregunta ¿Jugamos?
¡Y qué mejor lugar para llenarlo que el espacio creativo del encargo! ¿Y si en cada extremo de la mesa caben unxs como otrxs? ¿Y si cambiamos de lado para jugar el otro juego sin que signifique que nos traicionamos? ¿Y si en la mitad alguien inventa otro juego? ¿Y si caben en esta misma mesa el ocio y el negocio? ¿Y alguien no quiere sentarse y se queda parado?
Vamos a darle forma a la idea, a desequilibrar la simetría y a dejar espacio para el tablero que los jugadores elijan, y en el otro extremo, el de dos bancos, instalamos nuestro acuario sellado con material ferroso que se desplaza obedeciendo a la acción del par de manos que manipulan los imanes. Vamos a dar lugar a que experimenten la sensación de una fuerza que no vemos, para reconocerla como un concepto que suena complejo: campo magnético, para que cambien la dirección, la velocidad, el ritmo, el paso, (como si el material ferromagnético bailara a dos manos). Ahora es más fácil imaginar el campo que emite el propio corazón y su potencia al encontrarse con otro, sin necesidad de calcular en Teslas, la fuerza suficiente eléctrica y roja con la proporción justa de hierro en la sangre para encender una bombilla. No es cuento chino, es nuestra naturaleza atractiva que se expresa, para efectos de este texto, en una mesa, y la que experimentamos, cada día, en el espectro infinito entre dos polos que es la vida y que entre más nos resulta atractiva, maravilla.
Source: http://cantalicia.blogspot.com/2024/09/juegos-de-mesa.html